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Collège Montaigne Lormont

 En un lugar de Francia cuyo nombre no quiero acordarme, la muerte volvió a golpear a la puerta de un instituto arrebatando en su camino a un alma indefensa. Esta vez, puso huevos en un aula mientras una docente estaba dando clases a sus alumnos. El hombrecillo azul del cuadro del pintor Edvard Munch colgado en la pared del aula de plástica se cayó al suelo del susto y salió pitando, ya no con los oídos tapados sino con las manos encima de la boca caída y sangrienta, chillando como un loco por los pasillos y las escaleras. ¡Cómo no!

Ocurrió un miércoles de Cenizas. Febrerito es chiquitín como dice un poema que les enseñaste a tus alumnos. Pequeñazo lo es pero también puede ser de golpe y porrazo. Era un día santo, el primer día de cuaresma y de penitencia para los cristianos. Reflexión, arrepentimiento, oración y abstinencia hasta la Semana Santa y el día de la Resurrección. Bueno, eso dicen los muy católicos y fieles porque alguna oveja perdida debió de escaparse aquella mañana de este mes de febrerito, para marcar con una cruz de ceniza indeleble y ardiente todas las paredes de la Institución.

Bajo el océano revuelto con sus olas toreadas por el puente de la Virgen, se levantó ella primero, alegre y dispuesta a pesar de haber sufrido una noche atormentada por pesadillas que no le habían dejado dormir. Se encontraba sola en una trampa con arena movediza y se ahogaba. Qué sueño más raro. Cuando se despertó, se quedó largas horas en la cama mirando el techo sin pensar a nada ni a nadie. Algo sospechoso estaba ahí en el techo. Una mancha o una sombra, o quizás fuese otra cosa imperceptible. El faro no la avisó de ningún peligro. Ahí estaba, sin voz y quietecito como un niño miedoso. Con sus setenta y tres metros de altura sobre el nivel del mar y su experiencia, no consiguió percibir ninguna sombra sospechosa. Era una mañana inquieta con viento y llovizna pero con mucha normalidad. Aquella mañana del veintidós de febrero, tampoco se movieron los doce leones aparentemente adormilados en la cúpula. ¿Para qué demonios había tantos leones si ninguno de ellos mugió ese día? Ella desayunó tostadas de pan con mermelada, un té verde y alguna fruta que le tendió los brazos. Luego, se duchó y se preparó como solía hacerlo todas las mañanas antes de ir a trabajar. Su marido también cumplió los mismos ademanes mecánicos, siempre guiado por las luces del faro, como buen marinero que se fía de su destino. Ambos vivían así, tales dos pájaros inseparables enganchados el uno al otro. Ella, alegre y saltarina, él, púdico y cariñoso. Se conocieron bailando hace trece años y aún seguían los dos llevándose por la corriente, aprendiendo a surfear las olas de la vida, siempre pegaditos y juntitos, al ritmo del son, sin temor ni prisas y sin hijos. Aquella mañana fría y traidora, se despidieron en el coche con un abrazo o quizás fuese sólo con un tímido y rápido beso. Como recordarlo si al pobre hombre ni le dio tiempo aspirar el nuevo perfume de su Dulcinea que él le había regalado el día de San Valentín. No recuerda tampoco lo que le dijo.  Bonne journée, Bon courage… o tal vez también le dijo :à ce soir… y, ¿qué le dijo ella? Ni siquiera pudo percibir el ruido de la sangre bulliciosa, una olla de agua roja hirviendo que empezaba a estallar dentro del pecho de su mujer tan solo unas dos horas antes de que la acuchillaran el pescuezo y el corazón. Los doce leones del faro seguían quietos y el mar acabó tranquilizándose al despedirse la pareja. No aulló ningún perro en la calle. Ninguno de ellos aulló a la luna. Pobrecita, ella también estaba tan turulata que no se movía. Todos los perros del vecindario estaban afónicos y asustados, sin ganas de ladrar.

A las ocho menos diez, los árboles del parque del instituto arqueaban ya sus garras crispadas. Algo extraño sentían en el aire aquellos árboles casi centenarios. Las trompas de los narcisos florecidos apaciguaron el ambiente con mucho natural. Febrerito chiquitín también tiene sus propias flores. ¡Qué se creen ustedes! Hermosos narcisos amarillos, tulipanes felices y solitarios, y preciosas camelias que florecen sin parar. Llegaron y entraron por fin todos los alumnos tan apagados como los leones del faro. Era el tercer día de la vuelta tras quince días de unas vacaciones sorprendentemente cálidas y primaverales. Febrerito chiquitín también fue caluroso e inesperado pero aquel día de cenizas, hacía frio. Demasiado para ir al cole y estudiar. ¡Qué rollo! Madrugar suponía ya un esfuerzo inhumano, pero en invierno aún más. No todos habían hecho su tarea ni aprendido la lección. No importa. Habrá que portarse bien para que la profe no no os eche la bronca, murmuró uno de ellos en el pasillo de la muerte. Todos estaban apacibles salvo uno. Aparentemente tranquilo y burlón con algunos compañeros, pero en realidad fingía su malestar y estaba ya tramando su plan diabólico. Tan sólo había dormido dos o tres horas. Se despertó a las tres de la madrugada pensando en muchas cosas que le alternaban el juicio. Habían vuelto esas malditas voces que le repetían que tenía que matar a alguien. ¿A mi profe?  No, no puede ser, ¡cállate! ¿cómo voy a matar yo a mi profe? ¿Con un cuchillo? Estás loco o qué, ¡si yo no he matado nunca a nadie! Bueno, la verdad que sí, tienes razón, esa hija de perra se lo merece…estoy hasta los cojones de sus consejitos de buena profe para que mejore mis notas… ¡Una mierda! Pero, ¿cómo voy a matarla yo?

Cuando su padre se fue a trabajar, el muchacho se levantó sin pizca de hambre ni de sueño. Ni cereales ni leche ni galletas ni medicinas. Que se vayan todos a la mierda con el tratamiento. Yo no estoy loco. Y, no soy tonte eh…Que se creen todos estos listillos.

Lo primero que vio ella en la cara del muchacho fue su sonrisita de beatífica satisfacción dibujada en sus labios. Satanesca y de carne y hueso. Demasiado alegre les salieron también sus buenos días a esas horas. Pero qué baboso este crío. ¡Ay Santo Tomás! ¿Dónde te metiste para no verlo?

Suspendido a medio movimiento, desgraciadamente, la banderilla no desvió de su trayectoria. Como dice mi madre, cuando las cosas tienen que llegar…pues, así fue. Pero por Dios, un toro en un encierro no puede escapar de nadie. Est-ce que ce monde est sérieux ?, pregunta el cantante Francis Cabrel. ¡Eso digo yo!

 

Febrerito es chiquitín

Marzo el ventoso le sigue

 

Así sigue el poema que se aprendieron de memoria tus alumnos.

¡Hija mía! ¿Cómo no te pusiste una bufanda o un pañuelo en tu pescuezo para torearle? ¿Cómo no te pusiste a bailar un zapateado y torcerle el brazo a tu verdugo?

Cuánta razón tenía Don Quijote que ne se fiaba de los molinos de viento. Aquellos de los brazos largos. ¡Ay mujer! ¿Viste cómo se convirtieron en desaforados gigantes?

¡Ay, qué terrible mañana para un mes tan chiquitín! Si no eran ni las diez de la mañana. Eran las diez menos cuarto en todos los relojes, y  ahí, estabas tú solita, corazón arriba ¡Qué demonios hacía ese niñato de pie en tu aula sin tu permiso! Sólo te dio tiempo ver su barbilla que no tenía ni un pelo tonto con esos ojos encarchados de sangre, terroríficos y furiosos.  Pero por Dios, ¡Sí es un crío que aún no tiene bigote! ¡Santo Tomás, por Dios, ven a verlo tú mismo lo que le hicieron a esta pobre creatura! Parece que está nadando en oro en vez de sangre.

Oye chicos no os vayáis, que no me está pasando nada…mirad…yo estoy bien…Bueno…estoy tirada aquí en el suelo como una tonta pero estoy bien…Oye chicos que tenéis que terminar la frase de la pizarra…que este niñato no me ha dejado acabarla…no puede ser… esta frase inacabada no tiene sentido…no os podéis ir sin que os hable de García Lorca …Pero, ¿qué os está pasando a todos? ¿Por qué chilláis?

 Comienza el año en enero

Febrerito es chiquitín

Marzo el ventoso le sigue

Ya no hace frío en abril

En mayo todo florece 

Junio es amigo del sol…

¡Muy bien, chicos! Os lo sabéis casi de memoria. A ver quién quiere seguir recitándolo…

En un lugar de Francia cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía una docente de las de valentía ejemplar y labor desenfrenado, con lanza pedagógica vigorosa e indolora.

 

En memoria de Agnès Lassalle

Ojalá esta historia fuese pura ficción y no me la hubieses nunca inspirado. Que descanses en paz.

Profe. Montaigne de luto

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